Madrid, justo en una de las esquinas de la majestuosa Plaza Mayor, vivía un loro llamado "Pío". Pío no era un loro cualquiera; tenía un vocabulario sorprendentemente extenso y una habilidad única para imitar acentos de diferentes partes de España. Su dueño, un anciano llamado Don Ramón que vendía barquillos, lo tenía posado en una jaula adornada con flores en su puesto.
Un día soleado de primavera, mientras la plaza estaba llena de turistas y madrileños disfrutando del ambiente, Pío comenzó a repetir frases que nadie había oído antes. No eran simples palabras sueltas, sino fragmentos de conversaciones que parecían provenir de diferentes personas. Algunos juraban haberle oído decir con acento andaluz: "¡Qué arte tiene este barquillo, miarma!", mientras que otros aseguraban que había imitado a una señora con marcado acento gallego exclamando: "¡Ai, qué rico está!".
Lo más extraño de todo es que Pío parecía responder a preguntas que la gente se hacía en voz baja. Una turista alemana pensó en voz alta "¿Dónde estará el baño más cercano?", e inmediatamente Pío graznó con un tono que intentaba imitar el alemán: "¡Por allí, geradeaus!". Un joven que dudaba si comprar otro barquillo murmuró: "No sé si debería...", y Pío, con un tono dubitativo, repitió: "...debería...".
La noticia del loro parlanchín que leía la mente (o al menos eso parecía) se extendió rápidamente por toda la ciudad. La gente acudía en masa a la Plaza Mayor para presenciar el fenómeno. Algunos intentaban comunicarse con él, otros simplemente observaban con asombro. Don Ramón, al principio desconcertado, pronto se dio cuenta del revuelo que había causado su mascota y comenzó a cobrar una pequeña tarifa por escuchar las "predicciones" y "reflexiones" de Pío.
Sin embargo, al cabo de unos días, el misterio del loro parlanchín comenzó a desvelarse de una manera inesperada durante una tormenta repentina.
